Por estos días varios medios se han hecho eco de una situación que ciertamente debe llevarnos a reflexión. Colegas del oficio del periodismo deportivo han realizado tanto exhaustivos reportajes como artículos de opinión y anécdotas sobre un particular: Museo del Deporte Dominicano. 

Nuestro país ama el deporte. En la idiosincrasia del dominicano el béisbol es casi una religión. Cada poste de luz se convierte una cancha de baloncesto. En las bodega las tarde abren en sus aceras mesas de dominó. Los solares son terrenos improvisados para jugar vitilla. Y podríamos retratar con palabras muchas escenas más en donde es evidente la estrecha relación entre nuestra sociedad y el deporte. 

Sin embargo, ese vínculo no ha alcanzado a nuestras autoridades. Nuestros atletas viven una lucha constante con las deplorables condiciones para practicar y formarse profesionalmente. Es una gran cosa que existan iniciativas como CRESO y el gran trabajo del Comité Olímpico Dominicano pues de lo contrario la escena sería muy deprimente.

Aún así República Dominicana cuenta con deportistas de reconocimiento mundial que día a día inscriben su nombre en la historia del deporte local y allende los mares. Los Juan Soto, las Marileidy Paulino, las jóvenes selecciones de fútbol siendo pioneras en llevar al país a Juegos Olímpicos… Muchas de esas cosas da nuestra Quisqueya pese a no sembrar en la base más sólida, y pese a ello, tenemos fertilidad en el talento deportivo.

Somos ricos.

Sí. Somos ricos en historia. Pero no se le está dando el valor a eso. Quién no se hace una memoria de papel corre el riesgo de olvidar. Y eso es. Nosotros no estamos escribiendo en papel nuestra historia deportiva dejándola a merced del olvido. 

Como dijo Jean Paul, “El recuerdo es el único paraíso del cual no podemos ser expulsados. Y otro Paul, pero Géraldy “Llegará un día que nuestros recuerdos serán nuestra riqueza.” 

Misma inquietud que el periodista Bienvenido Rojas de Diario Libre tenemos, sobre un Museo para nuestra pelota invernal. 

Bienvenido, contaba en su columna anécdotas sobre memorabilia del béisbol profesional de la República Dominicana y caía en cuenta que carece de una vitrina en dónde admirar y repasar su historia, por lo que sugiere un museo a LIDOM.

Pero ya hay levantadas paredes para ese fin, aunque abarca todo el deporte no solo la Liga Profesional de Béisbol.

Lo curioso es que hay muchas cosas para colocar, pero simplemente el museo no está funcionando. 

No estamos viendo la importancia y todo lo que representa que nuestra sociedad salve sus memorias, tener un museo. Y aparentemente pasa lo que John Dewey advirtió: “Nosotros recordamos, naturalmente, lo que nos interesa y porque nos interesa“. En resumidas cuentas, a nuestras autoridades no les interesa. 

A fin de todo, somos nuestra memoria.

El Museo del Deporte Dominicano cerrado desde 2012 año en que fue entregado, nunca abrió sus puertas. Al cuestionarse al Ministerio de Deportes se obtiene indiferencia.

“No tenemos un Museo del Deporte Dominicano”, echan de menos algunos. Pero sí tenemos uno, solo que no funciona, lo que es lo mismo que no tener. Corrección. Peor. Pues costó 175 millones levantar la obra que se encuentra en el Centro Olímpico Juan Pablo Duarte. 

Esta obra en su momento fue bien vista y muchos atletas se entusiasmaron. Mucha gente dispuesta a donar indumentarias y objetos que narran grandes momentos de gloria de nuestro deporte.

Imagínese que un deportista ingresará al Salón de la Fama de su deporte en el más grande reconocimiento posible para su disciplina, haciendo algo que solo cuatro personas en más de un siglo ha conseguido en el mundo y que casi imposible que alguien más pueda en lo adelante conseguir. Pues, imagine que esa persona es su compatriota. Pues no imagine más. Existe. Se trata de Albert Pujols. 

Para apreciar la carrera y logros de Pujols, que es un ícono no solo nacional sino para todos los latinos, deberá obligatoriamente que viajar a Cooperstown porque en su país no hay rastro de lo que ha hecho. No hay memoria.

Pero si escribiéramos una línea por cada Al Horford y Félix Sánchez seguiríamos dando vueltas sobre algo tan simple que no necesita de tantos párrafos más que lo alarmante resulta leer: “El Museo del Deporte Dominicano nunca ha abierto sus puertas al público”.

Una década ha transcurrido ya desde que se levantó el cemento y se grabaron las letras que indican el nombre de la obra; diez años en los que yace inerte esta edificación sin dar vida al deporte, que fue para lo que ha sido concebida.

¡Diez años! Y ni Francisco Camacho, ni en su momento Danilo Díaz. Tampoco Jaime David Fernández. Este ha sido un tema que poco ha importado.

Felicito a William Aish en su redacción para Nuevo Diario por revivir este tema. Y ojalá sirva para sacudir el polvo de la carpeta del Ministerio de Deportes y se retome la encomienda para nuestra sociedad pueda conservar sus memorias y plasmar inmortal la solemnidad del deporte nuestro.