Como si de un conjuro o una especie de brujería se tratara, lo de Joey Gallo con los Yankees de Nueva York se pasa de castaño oscuro.

Gallo debía estar viviendo de su guante, de su buena defensa en los jardines, también de sus batazos de vuelta completa pero no, no hay nada, muchos ponches, ansiedad, desespero, en el cajón de bateo lo mismo le tira a una afuera que a una alta o contra el piso.

La levedad

Como la insoportable levedad del ser de la que hablaba Milan Kundera en su novela, Gallo parece no pensar las cosas, no tener un plan previo para asumir sus turnos al bate y por ello luce mal y desproporcionado con esos swings inmesos que parecen estremecer el terreno.

Todo es una sucesión de hechos, así, rápidos, sin tiempo a nada y entonces cuando las cosas comenzaban a cambiar, sale lesionado

Y cuando todo parecía indicar una mejoría, no, Gallo conecta por el cuadro y corre duro y se tiró incluso en primera, quería su hit y logró pero al final se tiró y terminó lesionándose.

Mala suerte

Gallo estaba, bueno sigue estando en el ojo del huracán por su pobre proyección; batea 180 incluso a la hora de escribir este texto pero lo de este sábado frente a los Reales en Kauffman es algo así como una maldición, quizás un mensaje de que está en el lugar equivocado.

El jardinero se fue con dos hits en el partido antes de ser sustituido por Tim Locastro y con estas conexiones su línea quedó en 300 de average en sus últimas comparecencias dando la idea que venía mejorando pero ese salto antes de tiempo lo frenó todo.

Y es que Nueva York parece mucho para Gallo, la afición, el traje a rayas, ese jardín izquierdo en Yankee Stadium, los sucesos se atropellan uno detrás de otro, los Yankees viven su mejor momento y él, Joey Gallo allí, tratando de salir de su slump, termina lesionado…no hay nada más que pensar.