El básquet tal cual lo conocemos nació en Estados Unidos, más precisamente en Massachusetts, un 15 de diciembre de 1891, como respuesta a la necesidad que había de hacer deportes durante el invierno. En consecuencia, la tarea le fue encargada a un profesor de educación física de Illinois University. Su nombre era James Naismith y su idea revolucionaría las actividades deportivas para siempre.

El profesor analizó las actividades deportivas que se practicaban en esa época, las cuales involucraban en su mayoría el uso de la fuerza o el contacto físico, por lo que pensó en algo que tenía que ser lo suficientemente activo, que requiera más destreza que fuerza y que no tuviese mucho contacto. 

En ese preciso momento, mientras reflexionaba, el oriundo de Canadá recordó un antiguo juego de su infancia llamado el pato sobre la roca, que consistía en buscar alcanzar un objeto colocado sobre una roca lanzándole una piedra. Naismith pidió al encargado del colegio unas cajas de 50 centímetros de diámetro, pero lo único que le dieron fueron unos canastos de duraznos que colgó en las barandas de la galería superior que rodeaba al gimnasio, a una altura estipulada por él mismo. 

Luego, el profesor sentó una base de 13 reglas, las cuales determinaban que el jugador no podía correr con la pelota, que se podía lanzar en cualquier dirección con una o las dos manos, que podía ser golpeado con ambas manos pero nunca con el puño y que no se permitía golpear o empujar al rival, entre otras.

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Como Naismith tenía 18 estudiantes, decidió que los equipos estuviesen formados por nueve jugadores cada uno. Con el paso del tiempo, este número fue disminuyendo: primero a siete, y finalmente a cinco. El tablero se creó para evitar que los seguidores que estaban en la galería donde colgaban los canastos entorpezcan la entrada de la pelota. Con el correr del tiempo, los canastos de duraznos se transformaron en aros metálicos con una red sin agujeros hasta llegar el aro que todos conocen actualmente. 

A pesar de que el básquet fue un deporte de exhibición en los Juegos Olímpicos de 1928 y de 1932, recién en 1936 alcanzó la categoría olímpica. En esos Juegos Naismith tuvo la chance de ver su innovación recibiendo la máxima condecoración que una disciplina podría tener, cuando fue acompañado por el mismísimo Adolf Hitler en el palco de honor, en Alemania. 

El juego gustó y se estableció pronto en todas las escuelas de Estados Unidos. México fue su segundo destino por motivos lógicos de geografía y a Europa llegó gracias a las sedes de YMCA en París, Francia. Pero no fue hasta la primera guerra mundial que cogió gran impulso, sobre todo gracias a los soldados estadounidenses que jugaban con la naranja en sus ratos libres. 

Hasta el día de hoy, el invento de James Naismith se mantiene fervientemente vivo, alcanzando dimensiones que el profesor quizás jamás hubiera imaginado. Cada vez son más los fanáticos que se vuelven devotos a la naranja, en una disciplina que no conoce de fronteras, con partidos emocionantes a cualquier hora y en cualquier momento. Por eso, no queda más que agradecer al bueno de James, quien creó la actividad más divertida de todas, la pasión que une multitudes.