Y en verdad los Bulls antes de que Scottie Pippen entrará no llegaban ni a Play Off y Scottie fue como el eslabón perdido, el hombre que le dio el empujón final para que arrancara la dinastía; todos siguen mirando a Jordan, a sus números a aquel Play Off contra Utah Jazz y Scottie ahí, viendo los días pasar.

Y tenía que llegar, siempre a las sombras, mirando de soslayo, sintiéndose segundo, tercero, siendo tan inmenso y pequeño a la vez y en las fotos Pippen y Jordan sonríen, como niños pequeños pero todo quedó ahí, en la idea de que fue algo bonito, Pippen se desahogó, Jordan fue el culpable de que no se llevará siquiera un premio al jugador defensivo del año.

Según Scottie los periodistas estaban ocupados en Jordan, todo era Jordan, la risa, las muecas, el robo más tonto, el mejor tapón, el penúltimo donqueo y la última canasta y eran amigos pero el cuento de hadas se acabó.

La mejor versión de la historia

Scottie Pippen y Michael Jordan fueron uno y debieron seguir así como dos almas gemelas pero el tiempo, el tiempo enjundioso y con todas sus fauces, saca lo mejor y lo peor del ser humano; la envidia, los celos y las dudas.

Y Jordan y Pippen fueron uno, se miraban y de mirarse sabían que hacer, hacia donde ir en la cancha, a quien marcar, que defensa se debía montar; era uña y carne, dos almas gemelas en las duelas y más allá.

Entonces veinte años después como el dinosaurio de Monterroso, Pippen supuestamente despertó y estaba allí en el mismo lugar, relegado a un segundo plano, mirando a Jordan brillar y ser el centro de atención; él, Scottie, tomaba los balones más imposibles y daba los pases más espectaculares para que Michael se luciera.

Y Jordan brilló, fue único, lo sigue siendo, Jordan contra Barkley, contra Stockton contra Carl Malone, Jordan contra el mundo y en The Last Dance debió llegar un modesto homenaje a su legado pero la pieza trajo más dudas que respuestas.

La daga

Y Scottie y Jordan fueron uno, como una roca pero Scottie guardó para el final la parte menos esperada, liberó sus dudas y miedos, un cúmulo de rencores anquilosados en la persistencia del tiempo.

The last dance debió ser la mejor manera, el mejor recuerdo y la última frontera entre lo divino y lo terrenal, pero no, fue un punto de quiebre, un hervidero de trapos sucios desde el mismo instante que en el segundo capítulo, cuentan una historia algo distorsionada de Scottie Pippen.

Jordan gana diez millones, Scottie 0, Scottie y el resto del equipo miran como en el supuesto homenaje al grupo, Jordan sigue siendo el gran referente.

Scottie lo cree, lo siente, no es Jordan, es el equipo y por último término él.

Y así, de un día ser uno, como roca, cono un súper hombre que a todos fulminaban, hoy ese brillo ya se opacó.