El nombre Joe Hammond es, actualmente, uno como cualquier otro. No refiere a alguien famoso y los fanáticos de los deportes no lo registran como una de las tantas figuras mundiales que encandilan al público con sus actuaciones. Excepto en Harlem. Allí si, es todo eso y más.

Las calles del barrio más famoso de New York destaca por la cantidad de “Playgrounds”, canchas de baloncesto de cemento, con tableros en no muy estado y redes de cadenas. Allí, al igual que en muchos otros barrios de todo el país, comenzaron a destacar numerosas estrellas que luego brillaron en la NBA. Pero ninguna como Joe. El era un auténtico mito.

Nacido en 1949, era flaquito, no parecía fuerte y media poco más de un metro noventa, pero sus piernas le permitían volar hacia el aro y anotar a través del tablero, como más le gustaba. De a poco, se fue adueñando de Rucker Park, una cancha entre 155 y 8, que todavía no era el lugar mítico que es hoy en día. Pero Hammond ayudó a convertirlo en eso.

Rucker Park, la cancha que se convirtió en la sede del baloncesto callejero de Harlem

Junto a sus amigos creó el equipo Milbank Pros, que desafiaba a muchos otros grupitos de jugadores amateurs, entre los cuales se encontraban varios que habían podido ir a la secundaria o en la NCAA. Pero todos se iban derrotados. Hammond convirtió Rucker Park en la casa del mejor baloncesto callejero y en el teatro donde daba las mejores funciones, como el día que anotó 74 puntos, récord absoluto del recinto.

Para darse una idea de lo que significa, Kevin Durant jugó (sin guardarse nada) una exhibición en Rucker Park en su plenitud y aquel día le salió todo. Pero “solamente” anotó 66, ocho menos que Hammond. Tal era el dominio del equipo de Joe que un día se le presentó un desafío que sacudió a todo el barrio. En 1971, un miembro de Milbank retó a Charlie Scott, estrella de la ABA en ese entonces. Scott aceptó el desafío y formó un equipo llamado Westsiders que tenían un as bajo la manga: Julius Erving.

Erving, apodado “Dr. J”, que desparramaba talento en la NCAA y ya tenía un futuro asegurado en la ABA para la temporada siguiente. El barrio se revolucionó por el partido y nadie se lo quería perder. Una multitud se acercó a ver el juego y todo Harlem estuvo aquella tarde. Todos menos Hammond, que llegó tarde por una confusión y arribó recién para la segunda mitad cuando su equipo estaba recibiendo una paliza.

Joe no se amedrantó y ni bien entró a la pista, brindó una exhibición. Anotó cincuenta puntos en la segunda mitad y forzó un doble alargue para el delirio del público. No alcanzó para la victoria, ya que los Westsiders se llevaron el juego por 117-108. Pero para Hammond fue la gloria. Ese día se había convertido en leyenda y todos se preguntaban qué hubiera pasado si hubiera jugado el partido completo.

Cientos de scouts de la NBA se acercaban ahora a Rucker Park para captar talentos, en el que ahora quedó como el lugar donde se jugaba el mejor baloncesto callejero. Y obviamente vieron a Hammond. Tal es así, que en ese mismo 1971, nada menos que Los Ángeles Lakers lo eligieron con el pick número cinco en el Hardship Draft, un draft paralelo para jugadores que no estaban en la universidad.

Hammond recibió ofertas de Los Ángeles Lakers y los Nets

Le ofrecieron tres años de contrato, un auto, una casa y 50.000 dólares. Una fortuna para cualquier jugador en su condición. Pero no para Hammond, y Joe lo rechazó, ante la incredulidad de los Lakers y de toda la NBA. Para entender su decisión, hay que entender el contexto de Hammond.

Joe fue criado en las calles y su entorno no era el mejor. Desde chico, estaba metido en el mundo de las drogas, no solo en el consumo, sino en la venta. Los amigos de Hammond habían querido sacarlo de ese mundo viendo su potencial en el baloncesto y lo empujaron para jugar en la EBA, una liga de desarrollo, pero no duró mucho. El baloncesto profesional no era para él.

“Aquellos tipos debían pensar que le estaban ofreciendo el mundo a un miserable negro del ghetto, pero yo no necesitaba para nada su dinero. Tenía una cuenta secreta en el banco con 50.000 dólares y cuando los Lakers me hicieron la oferta yo ya tenía 200.000 en mi apartamento. Ganaba miles de dólares vendiendo drogas. ¿Para qué necesitaba los 50.000 de los Lakers? Lo único que hice fue decirles que yo merecía lo mismo que sus jugadores porque era mucho mejor que ellos, pero rechazaron pagarme más. Ellos no podían entender cómo un pordiosero podría estar regateándoles así y por supuesto tampoco yo les dije por qué”, explicó años después.

Ni siquiera lo convenció el hecho de que los Lakers habían formado un equipo de estrellas con Jerry West, Elgin Baylor y Wilt Chamberlain y saldrían campeones en ese mismo 1972. Peor Hammond ni se inmutó. Dos años después, en 1973, los Nets fueron a buscarlo con un contrato por tres temporadas pero se encontraron con la misma postura. Joe había heredado el negocio de su tío y no había nada que lo sacara de las calles.

Pero el tiempo pasó para Hammond. Su ocaso en Rucker Park asomaba y sus intentos de eludir a los rivales en la cancha se volvían igual de infructuosos que los de eludir a la policía y lo apresaron. Pasó once años en distintas cárceles y cuando recuperó la libertad ya había pasado su momento. Había perdido todo y vivió de limosnas y de lo que le daban los que aún lo recordaban de sus épocas de gloria.

En 1990 fue descrito por el New York Times como el “mejor jugador callejero de todos los tiempos” y aún recorre Harlem aprovechando cada ocasión para contar sus hazañas y momentos de esplendor. Hoy, con 73 años, dice que está limpio de toda adicción pero que no se arrepiente de nada de lo que hizo: “Imagino que yo estoy hecho de otra madera de la que están hechas las leyendas, pero lo seguro es que no soy el bastardo que le quisieron hacer creer a la gente que soy”.