Irene nació el 26 de marzo de 1909 en una vivienda humilde del Campo da Leña, a la entrada de lo que hoy es el barrio de Monte Alto de A Coruña, hija de una ama de casa y de un policía del puerto de A Coruña de origen asturiano que nunca vio con buenos ojos que su hija pequeña pasara las horas de su infancia pateando el balón en el cercano campo de A Estrada.
Lo cuentan los periodistas Rubén Ventureira y Juan Luis Cudeiro en Las puertas del fútbol. Historia de una pionera (Vía Láctea, 2020), una completa investigación historiográfica que no sólo cuenta la historia de la futbolista sino que la relaciona con el entorno socioeconómico e histórico en el que desarrolló su corta vida (murió de tuberculosis con dicinueve años), con una cuidada edición que aporta documentos, fotografías y crónicas periodísticas de la época.
“Estuvimos años detrás de la historia, de hecho hicimos de Irene el núcleo de una exposición sobre el fútbol gallego que llevamos a la Cidade da Cultura”, explica Ventureira, quien reconoce que su asombro fue creciendo a medida que fue avanzando en la investigación sobre su figura.
González era una jugadora adolescente cuando a principios de los años veinte empezó a competir en el Racing-Athletic, en el que compartió equipo con futbolistas que acabaron militando luego en clubes como el Deportivo, el Barcelona y el Real Madrid. Luego fundó el suyo propio, el Irene F. C, formado, salvo ella, por hombres a quienes capitaneó, lideró y entrenó y con quienes giró por toda Galicia disputando encuentros y torneos cuando el balompié empezaba a convertirse en el deporte de moda en España.
Irene no se molestaba. “Tal era la pasión y el entusiasmo que ponía en el juego que a los delanteros, cuando le entraban, les propinaba patadas y puñetazos (…) defendiendo su marco ante potentes delanteras masculinas en aquellos tiempos en que la carga al portero, ¡y para ella no había cortesías!, estaba a la orden del día y era admitida por los árbitros”, cuentan las crónicas recogidas en el libro.
No era fácil que una mujer de la época pudiera superar los clichés machistas para jugar al fútbol, como le sucedió Ana Carmona, Nita, mediocampista del Málaga y del Vélez que tenía que ocultar que era mujer escondiendo su cabello bajo una gorra, vendándose el pecho y vistiendo pantalones largos. No era el caso de González Basanta, que jugaba con jersey de cuello alto, pantalón corto y medias imitando la estética de Zamora, su ídolo, cuya figurita de juguete siempre colocaba en la portería como amuleto.
Irene murió en 1928 pocos meses después de enfermar de tuberculosis, la enfermedad más letal de aquellos años. En buena parte sobrevivió gracias a la caridad y a las cuestaciones que se hacían en los partidos gracias a la fama que había adquirido, y que se entregaban a su familia para pagar el alquiler y comprar alimentos y medicinas.
Su historia se diluyó, aunque el libro de Ventureira y Cudeiro ha logrado que su figura renazca y se convierte en ejemplo. “Irene era la capitana en un mundo de hombres, y en una época en la que el fútbol no era profesional y apenas había desarrollo técnico y táctico, demostró que, en igualdad de condiciones, había fútbol mixto”, dice Esther Sullatres, portera del Sevilla F. C. y de la selección española.