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No podemos engañarnos ni mentirnos. Tampoco nos pongamos moralistas o, como el Quijote, no tratemos de pelear con los molinos de viento. Al equipo de los Tigres del Licey, desde el punto de vista económico, no le hace mella la reventa. Más bien, el mercado negro los beneficia. ¿Por qué? Venden todas las boletas en un santiamén y todo ese monto ingresa a las arcas del equipo.

Si tu fin en la vida es ese, vender las entradas, ¿qué te importa a ti si las compra una persona, una corporación o una mafia de revendedores? Ahora, si hay valores más allá de lo meramente crematístico entonces el Club Atlético Licey debería comenzar por tomarse más en serio el tema de la venta de boletas para los juegos contra las Águilas Cibaeñas y los demás equipos.

El mercado negro es tan depravadamente descarado que tiene hasta un sindicato. Sí, así mismo, una Asociación de Vendores de Boletos o Asovenbol. ¿No me cree? Vaya al registro mercantil y compruébelo. O, sencillamente, mire la poloché de los sujetos y se percatará de lo que les digo. Ellos tienen una reglas y hasta un código de ética, donde dice que si uno de sus agremiados engaña a un fanático tiene que darle en compensación 10 juegos gratis.

Si a esto le sumamos la tosudez de la directiva de no querer delegar en una empresa espacilizada en estas tareas sino querer organizarla ellos mismos, sin tener el más mínimo conocimiento de cómo se bate el cobre en estos asuntos, ocurren cosas como las que sucedieron el pasado miércoles en el estadio Quisqueya Juan Marichal. El estadio no estaba a reventar, como en otras fechas. No había siquiera tres cuartos del aforo.

Y se los digo yo que me senté durante dos episiodios en una sillas ubicadas detrás del home, en la sección de arriba, las cuales siempre suelen estar ocupadas. Ahora, podría ser también, para darle a los felinos el beneficio de la duda, que mucha gente prefirió gastarse los chelitos en sus regalos navideñas y su buena cena que en un partido de beisbol.

En otras ligas se da la asistencia, de manera obligatoria, en el quinto inning. Aquí en Santo Domingo es un misterio esta información, la cual es pública, porque al final, esa liquidación debe ser llevada con lujo de detalles a impuestos internos.

De verdad cuesta entender que en pleno sigko XXI, cuando todo este tipo de servicios se consiguen a un clic de distancia, un hijo de vecina o Juan Fanático tenga que levantarse a las 4 de la mañana para poder comprar una entrada. Eso es absurdo, anacrónico y humillante. Sobre todo para un equipo cuyo eslogan es “el equipo del todos qusieran ser”. Pues honren eso y denel facilidades a los aficionados con plataformas alternatiivas.

Lo más chistoso del caso es que después de las metidas de pata sacan comunicados rimbombantes con expresiones ya conocidas “que si tal”, “que si paquí”, “que si pallá”. Y para usted de contar. Eso no sirve de nada. Implanten un sistema que funcione y listo. Busquen a profesionales de este rubro y que ellos monten la logística.

Pero de estar mandando a hacer filas a un abonado, que pagan hasta 12 mil 500 pesos, por sus 9 juegos como local, es una locura. Cualquier abonado merece, más pagando lo que pagan estas personas, que un mensajero les ponga las entradas en la puerta de la casa o que entreguen una credencial de plástico, numerada, con códigos magnéticos y todo, donde con el pago electrónica ella solita se recargue. Algo así como el Metro, pues.

Vamos a sincerarnos y dejémonos de engaño. No hay voluntad dentro de la directiva azul para acabar con esta penumbra que vive el fanático de a pie y sus boletos cuando hay juegos importantes. A los hechos me remito.

El beisbol es libertad, libertad en movimiento.