El fútbol es el deporte rey a nivel mundial. Si bien hay regiones en donde otras disciplinas predominan más, no hay duda de que la pelota número 5 rueda en todos los rincones del planeta y despierta pasiones en todos lados con multitudes fanáticas.

Por lo tanto, la FIFA, el máximo ente regulador del deporte, siempre fue celosa de realizar modificaciones extremas con el correr de los tiempos y, a comparación de otros deportes, no tuvo tantos cambios revolucionarios en el reglamento.

De todas formas, eso no quiere decir que no lo haya intentado. Sobre todo a finales de la década del ochenta y principios de la década del noventa cuando el fútbol mundial había llegado a un nivel alarmante en la calidad de los partidos. El Mundial de Italia 1990, en el que se convirtieron muy pocos goles y el pobre espectáculo ofrecido fue la gota que colmó el vaso.

La directiva entendió que, con la televisación masiva, era imperdonable no brindar un buen espectáculo para atraer público en masa. Pero el problema estaba en que los puristas del fútbol eran reticentes a cambiar normas y el fútbol llevaba sesenta años sin modificaciones.

Por eso, a fines de 1990 la FIFA creó una comisión que pensó más de 700 variantes al reglamento para implementar. Muchas ni siquiera se probaron, algunas apenas fueron ensayadas y, las pocas, siguen vigentes. Entre las más famosas que persistes están la entrega de tres puntos por victoria, en lugar de dos; la posibilidad de hacer tres cambios, en lugar de dos; disponer de siete suplentes en lugar de cinco (once en el caso de partidos internacionales); y quitar la norma que permite al arquero agarrar el balón tras un pase de un compañero.

Pero hubo opciones que fueron más allá y fueron probadas en Campeonatos Juveniles, tradicional laboratorio de este tipo de modificaciones. En el Sub 17 de Italia 1991 se intentó achicar la zona de castigo de la posición adelantada: en vez de cobrarse a partir de mitad de cancha, la FIFA pintó una línea paralela a la del área grande, por lo que los jugadores en ataque sólo podían quedar en off side en los 16,5 metros finales de la cancha.

Pero en lugar de hacer que los equipos atacaran más, los equipos dejaban a defensores pegados a la medialuna para controlar a los delanteros. En consecuencia, los partidos se llenaron de pelotazos de larga distancia, con el mediocampo como zona de transición y muchos futbolistas protegiendo el acceso a las áreas. Por lo tanto, un juego poco vistoso y muy trabado.

Pero acaso la mayor innovación de los Mundiales Juveniles de 1993 fue la del Sub 17 de Japón, en agosto, cuando la FIFA experimentó con otro ensayo fallido: que los laterales se hicieran con el pie. Por una parte, la medida provocó más goles porque efectivamente cualquier saque de banda inocuo de mitad de cancha podía convertirse en una especie de corner o de centro al área.

Pero, a la vez, los partidos se tornaron más lentos, con mucho tiempo inactivo, ya que los laterales ya no los hacían cualquier jugador, sino que se planeaban jugadas preparadas con los especialistas, por lo que se perdía mucho tiempo.

En esos años de experimentación, la FIFA también utilizó a un Mundial femenino, el de Suecia 1995, para probar tiempos muertos. Cada entrenador disponía de dos momentos durante el partido para reunir a sus jugadoras durante dos minutos, como si fuese básquet. La idea no aportó frescura al juego, e incluso fue utilizado por los técnicos para enfriar los ataques rivales, y no volvió a utilizarse.