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Había historia hoy sobre la grama del Al Bayt y lo digo así, como lo dicen muchos, Al Bayt y tal parece que el estadio  ha existido siempre y es que ya ese pedazo de tierra, allí en un rincón de Qatar es desde finales de noviembre uno de los templos sagrados del fútbol mundial.

Y había historia, sí, historia en lo deportivo y más allá, pues Francia y Marruecos disputaron la segunda semifinal del Mundial de Fútbol, con el recuerdo bien fresco de que, hasta el 2 de marzo de 1956, el destino de los magrebíes estuvo supeditado por completo a los designios del Palacio del Elíseo.

Pasado y presente

Franceses y marroquíes nunca se habían enfrentado en Copa del Mundo, solamente en los Juegos Mediterráneos, además de par amistoso internacionales; solo en este marco habían medido fuerzas, desde aquel primer partido en 1975, por ello además adquiría un cariz particular el desafío de este miércoles en suelo islámico.

La tropa de Walid Regragui tenía en sus manos la oportunidad de cobrar venganza por casi medio siglo de opresión y saqueos constantes y al mismo tiempo, en la bandera de Marruecos se representaba a todo el continente africano, al mundo árabe, a los millones de musulmanes que desde Rabat hasta Jakarta en Indonesia y más allá, lo apostaban todo a Ziyech, Hakimi, Bono y compañía.

El talismán Deschamps

Pero estaba Didier Deschamps, el hombre que no creyó en maldiciones, en las bajas de Pogba, Kanté, Kimpembe y Benzema, el que sopesó las críticas y todo el cúmulo de dudas que emergieron tras el fracaso en la última Eurocopa y también en la UEFA Nations League.

Sí, Deschamps, como el Juan Cristóbal de Romaind Rolland, el que no abdicó nunca y diez años después de asumir en el banquillo de “les Blues”, luego de un segundo lugar en la Euro de 2016, del título en el Mundial de Rusia 2018, hoy en Al Bayt aseguró estar en su segunda final consecutiva el próximo domingo.

Evitó la vendetta, la venganza de Regragui y del mismo Mohamed VI, rey de Marruecos; Deschamps preparó el partido, lo manejó a su manera, aprovechó la maña de su grupo, el aval de ser los campeones del mundo y en primer fallo de la defensa marroquí llegó el gol de Theo Hernández, sin dudas en ese minuto 5 un balde de agua fría para sus rivales.

La clave en el momento justo

Si bien Marruecos no se amilanó y llegó a generar un sinfín de oportunidades de la mano de Ziyech, entre la mala suerte y un Hugo Lloris en modo imposible, Francia pudo resistir el embate y Deschamps movió sus piezas en el momento justo.

Salió Giroud y entró Marcos Thuram y desde entonces Francia volvió a ser Francia, esa maquinaria demoledora que a todos avasalla y llegó el gol de Kolo Muani, el segundo, pero pudieron llegar tres, cuatro, cinco más…Deschamps, el pletórico capitán de la generación del 98, había ganado la partida otra vez y la vendetta marroquí, por ahora deberá esperar.