“Mami, al tío Andrés lo van a matar”. La frase la pronunció Felipe Ángel Escobar, de diez años, a su madre el 22 de junio de 1994 tras una jugada que la televisión ha repetido miles de veces desde entonces. El centrocampista de la selección estadounidense Mike Sorber lanzó un centro al área colombiana y, para evitar que un delantero la cazase al vuelo, el defensa Andrés Escobar se lanzó con las dos piernas por delante e introdujo el balón en su propia portería. Fue el primer gol de un partido que acabaría con derrota de los colombianos, 2-1, ante Estados Unidos, lo que suponía el adiós al Mundial de Fútbol de 1994.

Lo que sucedió aquella noche en el Rose Bowl de Pasadena ante 90,000 espectadores es un lance del juego tan desafortunado como cotidiano.

Si casi tres décadas después lo recordamos con nitidez es porque diez días después se cumplió la profecía de Felipe Ángel. A su tío Andrés Escobar le descerrajaron seis tiros en la cabeza. Tenía 27 años. Que su asesinato estaba vinculado con aquel fatídico despeje es algo que nadie en Colombia dudaba. Ni siquiera un niño.

La selección de Colombia había llegado al Mundial de Estados Unidos con la vitola de favorita, más por el peso de sus individualidades que por su trayectoria histórica. Allí estaban el inconfundible Carlos Valderrama, Faustino Asprilla, Freddy Rincón o el Tren Valencia, y al frente, Pacho Maturana, que poco después entrenaría al Atlético de Madrid. Una fase clasificatoria impecable coronada por un 0-5 contra la Argentina de Simeone y Batistuta en el Estadio Monumental de Buenos Aires habían disparado las expectativas del país.

“Después de esto sólo podemos volver al país como campeones del mundo”, se decían a sí mismos. La primera decepción llegó con una derrota ante la Rumanía de Gica Hagi. Aquel traspiés inesperado les obligaba a ganar a Estados Unidos en el siguiente partido. A favor de los norteamericanos jugaba el factor campo. La historia iba con los colombianos, habían ganado todos los duelos previos. Pero el partido empezó a perderse antes del pitido inicial.

El día antes del del encuentro decisivo, Maturana había recibido una llamada: “Oiga, Maturana, escuche bien y anote. Para el miércoles ante Estados Unidos saque a Barrabás Gómez y ponga en su lugar al Pitufo De Ávila. Si no lo hace, es hombre muerto”. La voz anónima culpaba a Barrabás por su mal papel ante Rumanía. Maturana amenazó con irse, pero la federación no se lo permitió.

El propio Barrabás lo confirmó años después: “Estábamos en el hotel a la espera de la charla técnica del partido contra Estados Unidos. La cita era a las 11 de la mañana, eran las once y media y nada, que no llegaban Pacho y Bolillo [el segundo entrenador]. Me paré a buscarlos y cuando los vi, Pacho venía llorando y Bolillo no podía ni hablar. Los amenazaron de muerte con la advertencia de que yo no jugara. Que si jugaba mataban a la familia de Pacho, a mi familia, a mí.”

Barrabás se retiró aquel mismo día, mientras el resto del equipo salía al campo cariacontecido.

Andrés Escobar era una anomalía en aquella selección de individualidades exuberantes. Alto, espigado, serio, lo llamaban “el caballero del fútbol” por su actitud tanto dentro como fuera del césped. Era el favorito de los niños y de los medios, con los que colaboraba como analista. Maturana lo consideraba el futuro capitán de la selección tras la retirada de Valderrama y su talento no había pasado desapercibido fuera del país. El elegante central tenía una oferta del Milán de Arrigo Sacchi para ser el sustituto de Baresi. Su futuro parecía luminoso, especialmente si se alejaba de Colombia.

Cuando el italiano Fabio Baldas pitó el final del partido en el Rose Bowl de Pasadena, el clima en el país era desolador. Los jugadores habían pasado de héroes nacionales a villanos en 90 minutos. En Bogotá se había decretado la ley seca para prevenir los posibles disturbios ocasionados por una hipotética celebración, pero nadie festejó aquella noche en las calles desiertas.

Algunos jugadores como Barrabás prefirieron tomarse unas vacaciones antes de volver a Colombia, conscientes de lo que les esperaba al regreso. Andrés Escobar no quiso. Rechazó la oferta de radio Caracol, la principal emisora colombiana, para quedarse en Estados Unidos comentando los partidos del Mundial. Tampoco quiso quedarse haciendo turismo con sus padres. Maturana le advirtió: “Cuídate, los conflictos en Colombia se resuelven con puños”. “Tengo que dar la cara”, respondió el defensa.

Escobar volvió a Colombia. Le esperaba su novia, Pamela Cascardo, con la que planeaba casarse cinco meses después. Tanto ella como sus allegados le aconsejaron que no se exhibiera demasiado, pero él consideraba que no había ningún motivo para esconderse.

El viernes 1 de julio de 1994 salió a cenar con amigos y durante toda la noche tuvo que aguantar los improperios de un grupo capitaneado por Juan Santiago y Pedro David Gallón, dos mafiosos con vínculos con el narcotráfico y los grupos paramilitares que le recriminaban su fallo. Cuando se metió en su coche a las dos de la madrugada para volver a casa (al día siguiente era el cumpleaños de Pamela) recibió seis tiros a bocajarro al grito de “gracias por el autogol”.

La investigación, que nadie excepto la fiscalía se creyó, dirimió que había sido el chófer de los Gallón, Humberto Muñoz Castro, apodado el Marrano, quien había disparado. Fue condenado a 43 años de prisión, rebajados posteriormente a 23, y apenas cumplió once. Los hermanos Gallón Henao, acusados de encubrimiento, quedaron en libertad a los pocos meses.

El partido España-Suiza fue el primero en el que se guardó un minuto de silencio. El Mundial de 1994 iba a ser el que marcase el despegue del deporte rey en norteamérica y acabó siendo recordado como el del asesinato de Escobar y el positivo por dopaje de Maradona. El futbol mostró su peor cara.

En Colombia los futbolistas de la selección entraron en pánico y empezaron moverse rodeados de guardaespaldas, conscientes de que cada uno de ellos era un posible objetivo de las mafias.

Apenas una semana antes de ser asesinado, Andrés Escobar escribió la última de las crónicas que el diario El Tiempo de Bogotá publicaba sobre las interioridades de la selección en el Mundial, el título: La vida no termina aquí (que EL PAÍS también publicó en España). El central pensaba que su vida apenas empezaba. No fue tan clarividente como tantas veces había sido en el terreno de juego.

FUENTE EVA GÜIMIL, EL PAIS