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Tiene 40 años, cumplirá 41 en octubre y hace una década, a comienzos de marzo, allá por 2013, fue para muchos el gran protagonista de una de las grandes épicas del deporte dominicano en todos los tiempos…el título en el Clásico Mundial de Béisbol.

Aquello fue así, legendario, pues luego de una debacle como la ocurrida en 2009, cuando los criollos quedaron en primera ronda al perder en par de ocasiones con Países Bajos; luego de aquello solo una actuación como esa del tercer Clásico podría sepultar en el pasado la nefasta imagen de aquel último partido en San Juan.

Los caribeños ganaron el trofeo de forma invicta, venciendo 3-0 a Puerto Rico en la final y allí en la grama del AT&T Park de San Francisco, estaba él, Robinson Canó, con la gorra ladeada, sonriendo, pletórico por el triunfo; había ganado el anillo de Serie Mundial con los Yankees de Nueva York en 2009 y era para ese entonces uno de los bateadores más temidos en Las Mayores, pero nada como alzar un trofeo con la selección nacional dominicana.

Antes y después

Canó fue el MVP de aquel certamen, bateó 469, producto de 15 hits en 32 veces al bate y entre aquellas imágenes en el estadio de los Gigantes y estas que vimos en Miami durante los últimos días, tal parece que ha pasado un siglo.

Una sonrisa gastada distorsiona un rostro mustio y medio hastiado que ha sufrido los embates del tiempo al punto que de aquel MVP, solo quedan sutiles flashazos en la memoria, puede que ni eso.

El entierro de su legado

No tenga duda, es así y en estos días allá en Florida pudimos haber asistido al entierro de su legado, ese que nos cuenta sobre Bates de Plata y Juegos de Estrellas y también, el mismo que narra de modo sutil lo ocurrido durante aquel Derby de Jonrones en 2011. Se trata del mismo legado que con tono fabulesco nos habla de un hombre que no se resignó a pensar en el final y hoy tal vez ya sea demasiado tarde.

 

Era el capitán y debió ser el líder, un aglutinador, mucho más luego de la derrota 1-5 ante Venezuela y en este último partido contra Puerto Rico, debió ser pero no lo fue, fue lo contrario, como una especie de espectro, un espectro con varias máscaras, la sonrisa corta, el rictus amargo, la mirada perdida como buscando algo en el vacío.

Hoy tras la derrota, al consumarse la tragedia, algunos enfilan los cañones contra la Federación, contra Nelson Cruz y Rodney Linares y es lógico, ellos cargan con el grueso de las culpas, sin embargo esa estela pesada de Robinson Canó mirando como un simple espectador en el banco, esa estela ahonda en la perspectiva de que esa expedición estaba condenada al fracaso.