Primero que todo gracias a Récord por abrirme las puertas de su casa. Siempre que te dan espacio para escribir es algo bueno. Trataré de no defraudarlos. ¡Gracias de nuevo! Comencemos entonces con la columna de hoy. Y es sobre Manny Ramírez.

Primero que todo deseo dejar algo claro: no tengo problemas con eso de las nacionalidades. A mí me da igual el país de origen de un jugador. Si es bueno, es bueno; si es malo, es malo. Punto. Los números están allí y eso es lo que importa. Tampoco creo en que el talento es lo único que hace falta para triunfar. El talento por sí mismo vale poco si no hay disciplina. Y vale nada sin la ética.

Digo todo esto porque el tema a tratar es un poco escamoso. Causará cierto escozor en la opinión pública y quien escribe, a partir de ahora, quizá hasta sea declarado por muchos “persona non grata”. Pero los periodistas debemos buscar la verdad, o al menos lo que consideramos la verdad. Sí, ya sé. Dirás que a estas alturas de la civilización eso de la verdad es relativo, pero no es cierto. Hay verdades absolutas. Luego te daré unos ejemplos, por ahora comencemos con el caso Manny.

Ramírez era uno de esos bateadores que gozaban de mi más completa y profunda admiración. Su entendimiento del oficio más difícil del mundo del deporte, que es batear, era demasiado grande. Entendía perfectamente qué era batear. Cuando tenía un plan en mente nadie lo sacaba de allí y era tan terco que si estaba buscando un slider y no se lo lanzaban, dejaba pasar los tres lanzamientos y se iba a la cueva. Eso sí, en el próximo turno solía no perdonarte.

¿Quién puede olvidarse de la temporada de 1999? Ese año sacudió 44 jonrones, remolcó 165 carreres y su línea ofensiva fue de .333/.442/.663. Fue líder en slugging y en OPS con 1.105. O aquella de 20o2, cuando fue líder bate de la Americana con promedio de .349, amén de un OBP de .450. Todo iba muy bien. Fue miembro de aquel equipo que acabó con la llamada “Maldición del Bambino”. Hasta que…

Hasta que en 2009 salió positivo por primera vez en doping. Es decir, Ramírez, ese bateador a quien todos admirábamos había violado el reglamento de las sustancias que mejoran el rendimiento deportivo. Manny dejaba de ser Manny. Ese año había firmado por 45 millones de dólares y dos temporadas con los Dodgers. O sea, engañó a sus empleadores, a sus colegas y a los fanáticos.

Pero eso no es todo, dos años después, en 2011, mientras jugaba con Tampa Bay volvió a salir positivo y enfrentó una suspensión de 100 juegos. Fue cuando decidió retirarse. Claro, no le quedaba de otra: tenía que irse del beisbol. Una segunda violación era ya el colmo. De nada sirvieron las disculpas que le ofreció a los Dodgers.

Desde ese momento, Manny para mí y para muchos dejo de ser Manny.

Cabe entonces preguntarse ¿si lo hizo en esos momentos, no lo habrá hecho antes? Decir que le realizaron pruebas y no había salido positivo es un argumento manido. Si no que lo diga Lance Armstrong ¿recuerdan? Lo objetivo es que fue dos veces culpable de haber salido positivo en doping, además de ser un pelotero que llegaba tarde, indisciplinado, problemático, entre otras cosas.

Decir que como tenía talento para batear lo del doping no importa es como decir que Stalin era una buena persona porque amaba a su perro o que fulanito, a pesar de ser un delincuente, no podemos juzgarlo mal porque es tremendo hijo y adora a su mamá. ¡No! Justificar el doping es darle una bofetada en la cara a hombres como Pedro Martínez, quien jamás estuvo bajo sospecha de acudir a la farmacia y dominó como  nadie a sus contrarios, incluídos los superhombres que salieron del uso indiscriminado de las sustancias prohibidas.

Manny con sus positivos nos hizo dudar de su integridad. No podemos saber si durante toda su carrera utilizó esas sustancias, sobre todo porque en los 90 y a principios de siglo los controles no eran como ahora. Ramírez mismo se encargó de enlodar su nombre y de pasar a la historia como uno de los peloteros que hizo lo que hizo con ayuda. ¿Alguien puede garantizar que antes no y depués sí? El problema del doping es que quedas como la persona infiel que es descubierta: no puedes confiar más nunca en ella porque no sabes si antes también lo hizo y utilizó sus mañas para salirse con la suya.

Con la lección que aprendimos con Barry Bonds y Roger Clemenes nos percatamos de que aquellos que se creen más vivos que los demás al final terminan como el relato del rey desnudo. Pero eso no es lo peor, lo peor es que haya comunicadores, ductores de la opinión pública, que por un fanatismo mal entendido justifiquen  los injustificable.

Doping es doping, infringir la ley es malo, venga de donde venga y haga quien lo haga.

Listo, se acabó el juego.