Roy Halladay vivió 40 años, 18 de ellos dedicados al béisbol y esa proporción, 18/40 nos da la medida de lo que fue, de lo que legó Halladay; casi la mitad de su vida dedicada al juego,  casi la mitad de su vida, estableciendo una pauta formal respecto al tiempo que estuvo en el primer nivel, pero si se suman sus años en el béisbol colegial, fue mucho más, casi toda o toda su vida vinculada a los diamantes e incluso en esos minutos finales, quizás sin noción de lo que hacía, cargado de fármacos, buscando tal vez un giro brusco que lo elevara hacia arriba, quizás en esos minutos finales debió haber pensado por un momento en sus años como lanzador en Grandes Ligas.

Cuatro años antes de ese 7 de noviembre de 2017, la mañana de su último viaje, cuatro años antes de ese día, Halladay había lanzado por última vez en la Gran Carpa, allá por septiembre de 2013 y su épica fue tal que tras superar una de sus peores crisis de espalda, tal como refiere ESPN, Roy Halladay pudo regresar y en sus últimos seis partidos registro forja de 4-2 para tal vez despedirse a su altura.

La mencionada fuente, así como MLB.com dan cuenta de que la efectividad dejada por Halladay en esa campaña, 6,82 en más de 50 entradas de labor, esa efectividad fue la segunda más alta para un lanzador miembro del Salón de la Fama, únicamente superada por la marca del propia Halladay, trece años antes, en el año 2000, cuando vistiendo la franela de los Azulejos de Toronto dejó un promedio de limpias de 10,64.

 Los viajes de Roy Halladay

Allí en el aire, en esos minutos finales de su último viaje, Halladay debió ver pasar en sucesivos flashazos, como fotogramas de un filme lo que había sido su vida, la fe mormona, el béisbol, otra vez el béisbol, viajes, cientos de viajes, miles de kilómetros, de Toronto a Filadelfia, a New York, a Seattle, a Florida y entonces terminar allí…

Todavía recuerdo con tristeza la noticia que anunciaba su retiro del béisbol, un 9 de diciembre de 2013,  con 35 años apenas, como una especie de Frankenstein, hecho pedazos, remendado por todos lados, la columna, la mano de lanzar y su mente, ese Halladay, el pitcher que había dominado la última década, Halladay mi pitcher favorito, el favorito de tantos, ese Halladay no era ni la sombra de aquel que en octubre de 2011 había lanzado por última vez en postemporada ante los Cardenales de San Luis, un juegazo, 8 innings, 1 carrera y 126 lanzamientos.

En un reportaje de ESPN, La lucha de Roy Halladay contra el dolor y las adicciones, la esposa del estelar, Brandy Halladay, aseveró que Roy consumió fármacos durante toda su carrera, para sopesar el estrés y la ansiedad provocada por el vertiginoso ritmo que impone ser un jugador profesional, algo que lo vio normal en un primer momento pero que después se convertiría en un calvario marcado por la depresión constante hasta el final de sus días, hasta ese último viaje, aquella mañana del 7 de noviembre.

 El otro Halladay

El otro Halladay, el que veíamos frente a las cámaras, el tipo duro, el que parecía de acero, ese Halladay que aparentaba controlar sus emociones con una pasmosidad admirable, ese Halladay fue el gran referente del montículo en Las Mayores entre 2002 y 2011, liderando la liga en victorias con 170, juegos completos con 63 y lechadas con 18; ahí se forjaría su leyenda, la que conocemos hoy, esa del pitcher que en 2010, lanzaba un juego perfecto ante los Marlins de Miami a finales de mayo y después en playoffs, en octubre, obtenía un no hitter frente a los Rojos de Cincinnati.

Esa leyenda de Halladay matizada por el éxito rotundo, recoge una historia de fondo ambientada entre el dolor y el miedo a enloquecer; los vómitos, los escalofríos, el alcohol como recurso final  y cualquiera se hubiera rendido no hubiera llegado al final pero Halladay no, Halladay luchó contra sus demonios, fue un hombre que luchó hasta el final, por su familia, su matrimonio, por tratar de hallar un resquicio siquiera para salvarse él mismo; tal como lo contó Brandy durante el discurso de exaltación al Salón de la Fama en 2019.

El último viaje

Y en este punto pienso en tantos que llegaron y no pudieron acabar, pues fueron superados por el alcohol y las drogas, como Josh Hamilton y Jayson Werth, excelentes jugadores, llamados a marcar época también pero no pudieron ganar la batalla; Halladay por su parte debió pensar en que sí la ganaba, en que la había ganado o al menos lo intentaba y en esos segundos finales, con la mente aturdida debido al exceso de pastillas, puede que algún rayo de luz le haya tocado para ver las cosas así.

Como sea es un misterio, su muerte ese día, luego de caer al agua en su avión, tras sumar un largo aval como piloto, su muerte ese día seguirá siendo un misterio, ¿suicidio o accidente?, la interrogante queda flotando, lo hará por años, quizás por siempre y en lo personal me resignó a creer que Halladay haya querido terminar su último viaje así, como un perdedor, no, fue un ganador, siempre un ganador y me aferro a eso.